La desnaturalización del lugar atribuido al animal en las canciones de María Elena Walsh
La desnaturalización del lugar atribuido al animal en las canciones de María Elena Walsh
Mónica B. Cragnolini
Si bien el período de creación de canciones infantiles por parte de María Elena Walsh no llegó a una década (los años 60), sus canciones siguen siendo cantadas por lxs niñxs de hoy en día, y recordadas por lxs adultxs. María Elena Walsh es un figura icónica del género de las canciones infantiles en Argentina, pero también (esto reconocido de manera más tardía) de las luchas feministas.
En algunas de sus canciones para niñxs, el lugar habitual del animal (ese mismo lugar que se enseñaba en las escuelas primarias, por aquellos años en que Walsh componía) es desnaturalizado o, por lo menos, puesto en duda. Es cierto que siempre pueden existir interpretaciones de sus canciones en sentido fabulístico, es decir, considerando que los animales que las pueblan remiten a cuestiones humanas: independientemente del animal del que se hable en la canción, en estas interpretaciones se estimará que ese animal “está en lugar de” un existente humano, y lo que narra la canción será evaluado como “una enseñanza moral humana”. Sin embargo, considero que en sus canciones los animales están en un rol disruptivo con respecto al género de las fábulas, y en ese sentido esos animales pueden ser pensados “en tanto animales”, y lo que les acontece, entonces, puede ser leído en una dirección diferente, que pone en crisis el lugar que habitualmente se les concede. Tal vez la canción que más visibilice esta desnaturalización es la de la vaca estudiosa, que, siendo añosa, decide un día ir a la escuela:
Había una vez una vaca
en la quebrada de Humahuaca.
Como era muy vieja, muy vieja
estaba sorda de una oreja.
Y a pesar de que ya era abuela
un día quiso ir a la escuela.
Se puso unos zapatos rojos,
guantes de tul y un par de anteojos.
La vio la maestra asustada
y dijo: "estás equivocada".
Y la vaca le respondió
"¿Por qué no puedo estudiar yo?"[1]
La maestra se asusta porque el lugar de la vaca ya está determinado casi institucionalmente en la escuela: es parte de una de las primeras redacciones que deben realizar los escolares acerca de “lo que nos da la vaca”. Aparece así pensada también en los libros de lectura utilizados en esos años.
La vaca de la canción “salta” desde los escritos consabidos, el que millones de niñxs han debido escribir durante décadas sobre ella, y los que han debido leer en sus libros de lectura, y se atreve a solicitar otro lugar en la escuela: poder estudiar como lxs niñxs (que son, justamente, quienes deben escribir una redacción sobre ella). Redacción que naturaliza el sometimiento al que los existentes humanos condenan a los animales, convenciendo a lxs niñxs de que la vaca “está para dar leche”, que la da “generosamente”, y que, en alguna medida, los existentes humanos le hacemos un favor al extraérsela. Por supuesto que lxs niñxs no están al tanto de los sufrimientos de las vacas en los tambos y por eso:
La vaca vestida de blanco
se acomodó en el primer banco.
Los chicos tirábamos tiza
y nos moríamos de risa.
El lugar no habitual de la vaca provoca risas, pero también llama la atención de lxs adultxs:
La gente se fue muy curiosa
a ver a la vaca estudiosa.
La gente llegaba en camiones
en bicicletas y en aviones.
Y como el bochinche aumentaba
en la escuela, nadie estudiaba.
La vaca de pie en un rincón
rumiaba sola la lección.
El animal “extraído” del ámbito que se le considera propio (en este caso de la vaca, el tambo o el matadero), genera interés como parte de un espectáculo. El lugar “propio” del animal está determinado por el existente humano: cada animal forma parte de un ámbito diferente según las necesidades humanas, y el animal puede ser objeto también de entretenimiento. A lo largo de la historia, reyes y soberanos se han atribuido el derecho de mostrar, como brillo de su poder, la presencia de grandes animales, atrapados en las selvas y bosques, y transportados para ser exhibidos como parte de colecciones en menageries y castillos.[2] Lo cultural se anuda en torno a la consideración de que el animal “puede ser visto”.[3]
La canción finaliza “invirtiendo” los lugares considerados “naturales”: la vaca se transforma en sabia, y lxs niñxs en animales:
Un día toditos los chicos
nos convertimos en borricos.
Y en ese lugar de Humahuaca
la única sabia fue la vaca.
Ciertamente, fue costumbre en alguna época enviar al niñx desobediente o no estudiosx en la escuela a un rincón con el mote de “burro”, sin embargo, considero que la canción no remite solamente a esa cuestión, sino que desarticula el lugar del humano y del animal: la vaca entrando a la escuela desestructura los límites consabidos entre humanos y animales, pero además, rarifica el espacio cultural, considerado “propiamente humano”, queriendo ser parte de él más allá del lugar que se le permite (la distracción o entretenimiento “cultural” de la observación de animales en zoológicos o lugares de diversión).
Otra canción, “La pájara Pinta” muestra la situación de las aves silvestres, objeto de las “necesidades” de entretenimiento de los cazadores:
Yo soy la Pájara Pinta,
viuda del Pájaro Pintón.
Mi marido era muy alegre
y un cazador me lo mató
con una escopetita verde
el día de San Borombón.
Una bala le mató el canto
-y era tan linda su canción-,
la segunda le mató el vuelo,
y la tercera el corazón.
Ay ay la escopetita verde,
ay ay mi marido Pintón.[4]
El lugar del cazador o del pescador “por deporte” también estaba naturalizado en las escuelas por aquellos años (lo sigue estando en buena parte de la sociedad hoy en día). En los inicios del siglo XX, cuando Ignacio Albarracín, presidente de la Sociedad Protectora de Animales, crea el día del animal, en 1908, lo hace pensando en los actos de crueldad que observaba en las calles por parte de lxs niñxs que se entretenían azuzando, lastimando e incluso matando gatxs, y también por la costumbre de lxs escolares de llevar hondas a las escuelas, sin que lxs maestrxs lo objetaran. Por eso había considerado también que era necesaria una materia en los colegios que enseñara a lxs niñxs formas de diversión que no incluyeran crueldad hacia los animales, y que lxs formara para identificar los modos adecuados de tratarlos.
La canción muestra la situación de la pájara compañera del pájaro asesinado por deporte, aludiendo al dolor por el vínculo perdido, e indicando asimismo el castigo del que ejerce este tipo de actos por deporte, castigo que la sociedad y las leyes no prevén, cuando avalan la caza deportiva:
Yo soy la Pájara Pinta,
si alguien pregunta dónde estoy
le dirán que me vieron sola
y sentadita en un rincón
llorando de melancolía
por culpa de aquel cazador.
Al que mata a los pajarillos
le brotará en el corazón
una bala de hielo negro
y un remolino de dolor.
En el libro de lectura Aire libre, de María Elena Walsh,[5] se halla incluido el poema de Alfonsina Storni, “Himno a los pájaros”, que ruega “Dios te guarde, pajarito/flor del bosque, plumas de oro/nadie mate tus pichones/nadie toque tus tesoros”, y alude también al cazador: “Que el cazador no te encuentre/cuando te busca en la selva”.
Otra canción de Walsh, “La mona Jacinta” remite, sin mencionarlo, al dicho “aunque la mona se vista de seda, mona queda”, que muchas veces se utiliza de manera fabulístico-metafórica, utilizando la figura del animal para referirse oblicuamente a alguna actitud humana. Sin embargo, la canción se desliga de la fábula, para desnaturalizar el lugar atribuido a los primates:
La mona Jacinta
se ha puesto una cinta.
Se peina, se peina
y quiere ser reina.
Ay, no te rías de sus monerías.[6]
Como la vaca de Humahuaca, la mona Jacinta quiere ser aquello que los existentes humanos consideran de su propiedad, porque solo el humano se atribuye el ser “zoon politikón” (animal político).[7] La mona Jacinta desea ocupar un lugar que la excepcionalidad humana le niega, y por eso la canción pide no reírse de lo que ella hace, sus “monerías”. Las “monerías”, que suelen ser tomadas en sentido jocoso y productoras de gracia, aquí no lo son:
Su marido mono
se sienta en el trono.
Sus hijas monitas
en cuatro sillitas.
La mona Jacinta, su marido e hijas desarticulan, como los otros animales de las canciones de María Elena Walsh, zonas naturalizadas en las que “se les permite” estar a los animales, siempre bajo la vigilancia atenta del determinador y circunscriptor de esas zonas, el existente humano. Varias de las canciones de Walsh logran producir la sorpresa de esa desestructuración de zonas naturalizadas, y tal vez hagan patente que las atribuciones por las cuales el existente humano se considera la forma de vida superior de la tierra, deberían ser, por lo menos, puestas en dudas o en crisis.
No quiero terminar esta breve nota sin recordar que una canción sobre animales, “El Twist del mono liso” fue prohibida por la dictadura cívico militar. La canción cuenta la historia del mono liso, que “cazó” una naranja, pero que no logró comerla:
A la hora de la cena
la naranja le dio pena.
Fue tan bueno Mono Liso
que de postre no la quiso
el valiente cazador.[8]
Y entonces “la naranja se pasea/de la sala al comedor”, no dejándose “domesticar” ni “amaestrar” por el mono, poniendo en crisis su destino “natural”: ser devorada. La canción recuerda a Pedro el Rojo del “Informe ante la academia” de Franz Kafka, que señala ante los académicos cómo fue su proceso de humanización que incluyó “amaestrar” a una mona.[9] En la canción, el mono, el animal “amaestrado” para resolver problemas o aprender el lenguaje de señas desde principios del siglo pasado (con el objetivo de “demostrar su inteligencia”) quiere domesticar a una naranja que, rebelde, se lo impide. Hermosa imagen de la resistencia de la así llamada naturaleza a los procesos de domesticación: tal vez algún día los animales de producción se puedan pasear, como la naranja del mono Liso, sin ser sometidos, maltratados y torturados para satisfacer las supuestas “necesidades humanas”.
[1] M. E. Walsh, Canciones para mirar, Buenos Aires, Alfaguara, 2000, p. 19. Todas las citas que hago de fragmentos de esta canción se hallan en pp. 19-20.
[2] Al respecto, remito a M. B. Cragnolini, “Ganda y Clara, dos rinocerontes. Para una historia de la crueldad desde la cultura”, en A. Navarro, A. G. González (comps.) Es tiempo de coexistir: perspectivas, debates y otras provocaciones en torno a los animales no humanos, e-book, Buenos Aires, Editorial Latinoamericana Especializada en Estudios Criticos animales, 2017, pp. 75-91.
[3] Es una de las tesis que desarrolla J. Derrida, El animal que luego estoy si(gui)endo, trad. C. de Peretti y C. Rodríguez Marciel, Madrid, Trotta, 2008.
[4] M. E. Walsh, op. cit., p. 40, las citas que siguen de esta canción son de pp. 40-41.
[5] M. E. Walsh, Aire libre. Libro de lectura para segundo grado, Buenos Aires, Ángel Estrada y cía, 1981, p. 48. La primera edición es de 1963.
[6] M. E. Walsh, Canciones para mirar, ed.cit., p. 10.
[7] Me refiero, por supuesto, al lugar “naturalizado” de los animales: etólogos como Franz de Waal y Mark Bekoff han mostrado los vínculos sociales, éticos, políticos y morales en las sociedades animales.
[8] M. E. Walsh, Canciones para mirar, ed. cit., p. 46.
[9] F. Kafka, “Informe ante la academia”, Relatos completos I, trad, F. Zanutigh Núñez, pp. 194-204.
Diciembre 2024 | Categoría: Artículo