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TEOLOGÍA DE LOS ANIMALES

El enorme sufrimiento de los animales: ¿un residuo de dolor inútil?
Sergio Quinzio y la derrota de Dios

Mónica B. Cragnolini

En La sconfitta di Dio Sergio Quinzio señala: “....nos hemos habituado a pensar tranquilamente, sin consuelo y de manera infructuosa en el enorme sufrimiento de los animales que es, en cambio, inaceptable para la ternura y la piedad de Dios (Jonás 4, 11)” 1.


¿En qué contexto plantea Quinzio esta cuestión del “residuo de dolor inútil”2, es decir, el dolor que resulta infructuoso? La problemática surge en relación a la cuestión de la kénosis, aquella enunciada por Pablo en la Epístola a los Filipenses, cuando se señala que Dios, al hacerse hombre en la persona de Jesús, debe “vaciarse” de la divinidad.


Quinzio sostiene que la salvación que Dios le promete al hombre es una “salvación desesperada” porque Dios no es omnipotente. El Dios omnipotente es el de la teología metafísica, que identifica lo divino con el ser, mientras que para Quinzio Dios elige lo que no es, es decir, los pobres, los menos, el resto. Como se señala en 1 Cor 1, 27-28: “… Dios ha escogido lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a lo que es fuerte. También Dios ha escogido lo vil y despreciado del mundo: lo que no es, para anular lo que es”.


Es por eso que se entiende la kénosis, tal como se la caracteriza en Filipenses 2, 6-8, en el sentido del vaciamiento de la divinidad: existiendo en la forma de Dios, Jesús no se aferró a esa forma, sino que “se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres”3. Dios debe vaciarse de lo divino para “ser hombre” y morir en la cruz, sin embargo también se puede interpretar que de aquello que se despoja no es de la divinidad, sino de su apariencia gloriosa. En la dirección de lo que significa la kénosis, es que Quinzio afirma que el dios cristiano es “un dios que debe llegar a su verdad a través de la laceración y la derrota”4 La muerte en la cruz implica la debilidad, el sufrimiento, la no omnipotencia de Dios. Este es el misterio de la cruz: la elección de la fragilidad y la debilidad. Dios en su persona de Jesús no elige aquello que han interpretado muchos teólogos, el ser, sino que elige la separación de sí mismo, la fractura de su plenitud, el no ser (Dios).


¿Y por qué se tornó necesaria para la economía de la salvación, según Quinzio, esta derrota de Dios? Porque en el momento de la creación se instaura una condición de “extrema precariedad”5, y la historia que cuenta la Biblia es la historia de una caída continua, una colección de fracasos. No se lee en ella el glorioso despliegue de una providencia divina, sino algo que lleva siempre a la pregunta: ¿por qué el ser y no más bien la nada?


Como señala Quinzio, la tercera parte de los 50 capítulos del Génesis es la historia de la culpa de los padres de la humanidad y de la condena a la muerte y al sufrimiento. Solo los dos primeros capítulos del Génesis señalan a la creación como algo bueno, lo que sigue es pecado, muerte, asesinato y dolor. Y luego, la llegad del diluvio, y el establecimiento de un nuevo orden, en el que se torna lícito comer la carne de los animales (Génesis 9,3). Sigue el éxodo, el sufrimiento de los judíos en Egipto, y una continuidad de desastres para el pueblo elegido. Amós va a profetizar que un “resto” de los judíos (Amós 5, 15) (los más pobres, los más débiles, los más pequeños) se salvará 5. Y esos: los débiles, los indigentes, son los predilectos de Dios una vez que el mundo es presa de los malvados. Por ello Simone Weil indicaba que el mal estaba del lado de la fuerza, y el bien del lado de la debilidad 6.


La venida de Dios al mundo en la forma de Jesús es el modo en que el hombre, el malvado, logra el perdón: Cristo sufre el castigo que se merecían los hombres, y estos son perdonados. Jesús, hombre y Dios al mismo tiempo, es la figura del “híbrido supremo” y, como aclara Quinzio, los judíos detestan las mezclas y las hibridaciones, de allí su condena. En Levítico 19,19 se indica que no deben mezclarse las especies animales, ni las vegetales, ni las semillas.


Dios se rebaja naciendo de una mujer humana como María, olvida que es Dios al hacerse hombre. Cuando Nietzsche anuncia la muerte de Dios, repite, como un eco, el grito de Jesús en la cruz 7. En la Epístola a los Hebreos, se indica que este sacrificio de la cruz es el sacrificio perfecto, pero, agrega Quinzio, es al mismo tiempo el sacrificio perfectamente absurdo. Mientras que las reglas judías planteaban que la víctima sacrificial debía sufrir lo menos posible, Jesús recibe el peor de los castigos, la peor de las muertes.
Sin embargo, a pesar de este sacrificio absurdo de Dios, hecho hombre para que se logre la justicia divina, existe en la teología el castigo eterno para los malvados: ese “residuo” de dolor inútil. Quinzio señala lo problemático de la idea del infierno, para un Dios que se hizo hombre para salvar a todos los hombres. Y si bien los teólogos más actuales tienen sus reservas con respecto a la idea del infierno, una imagen ya casi olvidada, el dolor inútil sigue existiendo en el mundo, y es el del sufrimiento de los animales, que indiqué al inicio de este artículo.


En esa economía de la salvación de la teología, ¿para qué existe este dolor? Tal vez debamos remontarnos a las dos narrativas de la creación, tal como aparecen en Génesis. Quinzio las desarrolla en Un commento a la Bibbia: en la primera creación (mejor dicho, en el primer relato de la creación) el hombre es la coronación del proceso creativo, Dios opera en el caos separando: la luz de las tinieblas, la tierra del mar, crea los animales y al final del sexto día, crea al hombre. Esta es la narrativa que afirma el sintagma “Dios vio que todo era bueno” de las etapas de la creación (Génesis 1, 31). En la segunda versión de la creación el hombre interviene, no está al final del proceso: da nombre, domina, etc. Al final está solo, y él mismo, con Dios, crea a la mujer. El problema es que quiera comer del árbol de la vida y ser inmortal, como Dios. Hasta un animal como la serpiente ahora es mala, en esta narrativa: seduce para comer del árbol del bien y del mal, y provoca la expulsión del Edén.


La muerte entra al mundo con la muerte de Abel: Caín mata a su hermano por su deseo de Dios, que no agradece su ofrenda (prefiere la del pastor Abel). Caín se retira de la presencia de Dios y se va a la tierra de Nod (del vagabundeo). Toda institución y obra humana es de la estirpe de Caín, está maldita 8. Caín es el primero que edifica una ciudad. De la herencia de Caín proviene el pastoreo nómade, el trabajo con metales y la música. De la herencia de Abel son aquellos que invocan a Dios. Desde Caín se prevé una cadena enorme de males, y Dios se arrepiente de haber creado al hombre sobre la tierra (Génesis 6,6), porque ve que la tierra es corrupta, y prolifera la maldad. Provoca el diluvio, sin embargo salva a una parte de la humanidad en la familia de Noé, junto con las parejas de cada especie animal. Como indica Quinzio esta es una primera imagen de la salvación: “un piadoso artificio divino para sustraer algo de su juicio inexorable”9. Dios siempre está, en las Escrituras, entre la justicia y la misericordia. Pero el mundo nuevo, a partir del arca de Noé, “es peor que el primero, como lo será luego el mundo salvado por Cristo. Dios se muestra desconcertado e impotente ante el pecado del hombre”10. Sin embargo, se arrepiente de la obra del diluvio, y señala “Aunque las intenciones del ser humano son perversas desde su juventud, nunca más volveré a maldecir la tierra por su culpa. Jamás volveré a destruir a todos los seres vivientes, como acabo de hacerlo.” (Génesis 8, 21). La alianza que hace Dios con la tierra significa que dejará que las cosas sean como son, pero a partir del nuevo mundo de Noé, el hombre deja de ser el custodio de la creación, y se instaura el temor de los animales ante los humanos:

El temor y el terror de ustedes estarán sobre todos los animales de la tierra, sobre todas las aves del cielo, en todo lo que se arrastra sobre el suelo, y en todos los peces del mar. En su mano son todos entregados (Génesis 9, 2).

Y junto a esto, el hombre deviene carnívoro (Génesis 9,3), matará para comer, si bien no podrá alimentarse de la sangre de los animales. Esta es la “nueva humanidad”, la postdiluvial, que mata para alimentarse y mata para vengarse. Me detengo en este punto de la narrativa bíblica, porque creo que aquí se halla una respuesta para ese dolor inútil de los animales. Pareciera que los animales quedan, en la historia bíblica, como las víctimas inocentes de la necesidad de la justicia divina, mientras que los humanos, en la economía de la salvación, a pesar de su maldad, son siempre objeto de la misericordia. Y aquí se revela la debilidad de Dios, que persiste en su intento de salvar lo insalvable, es decir, a los humanos: ¿un sentimiento de culpa por lo creado? ¿Una obcecación divina por la propia creación?


Sea Dios culpógeno u obcecado, es muy adecuada la afirmación de Quinzio acerca de que ha quedado el sufrimiento residual en el mundo, y lo protagonizan los animales. Ese sufrimiento debería ser inaceptable para la sensibilidad misericordiosa de la divinidad, ese sufrimiento lo producen los “malvados” humanos que a pesar de tanta misericordia divina se siguen maltratando y aniquilando entre sí, y continúan ese maltrato y destrucción en las vidas animales, y en el planeta todo. Ese sufrimiento lo sienten los otros humanos (sobre todo, mujeres y niños) animalizados para estar a disposición y usufructo de los que se consideran con derecho a apropiarse de la vida de otros.


Los teólogos de los animales se han planteado la cuestión acerca de qué culpa están pagando los animales con su sufrimiento. No existiendo culpa alguna, creo que los animales han quedado en la narrativa bíblica para mostrar que el sufrimiento no acaba, y que si hay una idea posible de Dios, no puede ser la del Dios omnipotente, como bien señala Quinzio, sino la de un Dios frágil. El Dios bíblico se excedió en su misericordia con los hombres y balanceó su justicia con los animales, dejándolos en el lugar del dolor residual. Tal vez en su falta de omnisciencia no advirtió que los humanos los iban a transformar en las perfectas víctimas sacrificiales, objetos de la crueldad inmisericordiosa. El sacrificio perfecto del hijo de Dios, que supuestamente debía acabar con el sacrificio, inició la cadena sacrificial que los animales sienten en sus cuerpos día a día, hora a hora. Quizás ellos también estén repitiendo el eco del grito de la cruz, y preguntándose por qué su padre los ha abandonado.
 

1. Sergio Quinzio, La sconfitta di Dio, Milano, Adelphi, 1992, p. 65
2. Sergio Quinzio, op.cit., p. 65 ss.
3. Filipenses 1, 6-8: “el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que Se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló El mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.

4. S. Quinzio, op. cit., p. 49.
5. Ibidem, p. 40.

6. Ibidem, p. 3.
7. Ibidem, p. 56.
8. S. Quinzio, Un commento alla Bibbia, p. 49.
9. Ibidem, p. 51.
10. Idem.

11. Véase aquí en Animula M. B. Cragnolini, ¿De qué son culpables “nuestros hermanos menores”? Sobre la teología de los animales de Paolo De Benedetti en torno al sufrimiento animal, https://www.animula.com.ar/nuestros-hermanos-menores

Agosto 2024  |  Categoría: Artículo

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