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TEOLOGÍA DE LOS ANIMALES

“Amores perros”. La crítica nietzscheana al amor al prójimo y la projimidad animal en Lucas 16, 21

Ezequiel Martín Silva

Imagen para art SILVA_El rico y el pobre lazaro - Grabado de Virgil Solis año 1541_para Ar

“El rico y el pobre Lázaro”, Grabado de Virgil Solís, 1541

En Así habló Zarathustra la crítica al sujeto metafísico moderno, fundacional, representativo, cognoscente[1], también se manifiesta de modo particular en la cuestión del amor al prójimo. Frente al amor al prójimo del último hombre, que es amor al más cercano, al igual, al sí mismo en última instancia, Zarathustra anuncia el amor del ultrahombre: “en nuestro amigo debemos tener nuestro mejor enemigo”.[2] La lógica –si acaso pudiera hablarse en tales términos- del ultrahombre es la del don que se manifiesta en el amor al extraño, al diferente. Para el ultrahombre “la virtud que hace regalos es la virtud más alta”.[3] Por tal motivo, el consejo de Zarathustra no es amar al prójimo sino al lejano.[4]

En este artículo me propongo dar cuenta del acercamiento entre la crítica nietzscheana del amor al prójimo y el significado que emerge en un pasaje del Evangelio de Lucas (Lc 16, 19-31) donde el mismo se registra en una postal de projimidad animal, encarnada por unos perros.

 

El texto: Lc 16, 19-31

Vayamos, en primer lugar, al texto del Evangelio de Lucas[5]:

19 Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. 20 A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, 21 que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros se acercaban a lamer sus llagas. 22 El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. 23 En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. 24 Entonces exclamó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan". 25 "Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. 26 Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí". 27 El rico contestó: "Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, 28 porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento". 29 Abraham respondió: "Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen". 30 "No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán". 31 Pero Abraham respondió: "Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán".

Antes de desarrollar la interpretación y comentario del texto, me permito hacer una breve digresión de índole personal. Mi tarea como teólogo, en muchas ocasiones vinculado al acompañamiento de grupos y comunidades, me encontró trabajando con este texto en varias oportunidades. Todas ellas han sido situaciones de lectura e interpretación en ninguna de las cuales alguno/a de los/as participantes nos habíamos detenido en “los perros” como actores de la narración que tuvieran algo para decir o a través de quienes se pudiera interpretar algo significativo del texto. Las lecturas habituales apreciaban la intervención de los canes como recurso para intensificar el patetismo de la escena centrada en un ser humano: Lázaro. Quizás uno de los motivos del “ocultamiento” de los perros en el proceso hermenéutico del texto lucano estaba vinculado a una tradición interpretativa -sedimentada a lo largo de los siglos- a través de la cual la exégesis y teología bíblica no había visibilizado a los perros como actores con potencial revelador en la trama de la narración, ciertamente dramática.

 

La interpretación del texto

El texto tiene una larga tradición hermenéutica en la historia de la Iglesia. Sin embargo, al relevar algunos comentarios y análisis recientes del mismo realizado por notables biblistas, observamos que los perros están completamente invisibilizados, se pierden de vista[6]. Mi hipótesis de lectura sugiere, en cambio, que apreciar a los perros focalizando en su condición de actores insertos en la trama textual nos provee de perspectivas novedosas y disruptivas en relación con el amor al prójimo. Aquel punto ciego de lectura en relación con los perros nos priva de apreciar un “pequeño gran pasaje” sobre el amor al prójimo y la solidaridad cristiana, según el EvLc. Pero para ponderar más profundamente el significado del gesto de los perros, señalaremos algunas breves cuestiones generales sobre los perros en la Biblia que nos ayudarán a enmarcar la presencia de los canes en el texto lucano.

 

Los perros en las Sagradas Escrituras

La tematización teológica del animal en general está atestiguada en el mismo texto bíblico. Encontramos muchos ejemplos, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.[7] En relación con los perros, la teología bíblica veterotestamentaria vio instalado durante muchos años un sentido común negativo. El origen se halla en un artículo académico influyente publicado por D. Winton Thomas en 1960: “Kelebh «Dog»: Its Origin and Some Uses of it in the Old Testament”[8] donde el autor argumentaba que los judíos mantenían una actitud negativa hacia los perros considerándolos animales viles y despreciables. Sin embargo, aunque es cierto que muchos textos del Antiguo Testamento retratan a los perros de modo negativo, no todas las referencias a los perros lo son. Algunas son meramente neutrales y unas pocas (una del libro de Job y otra del libro de Tobías) muestran que los hebreos valoraban a los perros.

Los perros que se acercaban a Lázaro para lamerle las heridas (v. 21) no pertenecen al hombre rico, pues Lázaro yacía a la puerta de su casa, del lado de afuera, y hasta allí se allegaban ellos a lamerle las heridas. Tampoco se trataba de perros pastores, de guardia o mascotas (usos frecuentes en la época). Todo da a entender su no pertenencia a seres humanos, sino que vivían “salvajemente”[9]. Se trata de los temidos perros que vagabundeaban por las calles, en el espacio público de las ciudades, aldeas y sus alrededores en busca de alguna carcasa animal para carroñear.[10] A estos perros hace referencia la legislación del libro del Éxodo: “no coman la carne de un animal despedazado por una fiera, sino arrójenla a los perros” (Ex, 22, 30). Son los perros salvajes que habitualmente se desplazaban en jauría y a los cuales los judíos temían: “me rodea una jauría de perros, me asalta una banda de malhechores; taladran mis manos y mis pies y me hunden en el polvo de la muerte” (Sal 22, 17-16).[11] Parece que las jaurías de estos animales conformaban una escena propia de las ciudades y sus hábitos de supervivencia causaban fuerte impresión entre los judíos, al punto que les servían para cualificar el repudio a ciertos personajes humanos: “al de la familia de Jeroboam que muera en la ciudad, lo comerán los perros” (1 Re 14, 11); “al de la familia de Basá que muera en la ciudad, lo comerán los perros, y al que muera en descampado, lo comerán las aves del cielo (1 Rey 16, 4); “Tú le dirás: así habla el Señor: ¡Has cometido un homicidio, y encima te apropias de lo ajeno! Por eso, así habla el Señor: en el mismo sitio donde los perros lamieron la sangre de Nabot, allí también lamerán tu sangre” (1 Re 21, 19)[12]; “En cuanto a Jezabel, los perros la devorarán en la parcela de Izreel, y nadie la sepultará” (2 Re 9, 10).[13].

 

Los perros de Lc 16, 21

¿Qué decir, pues, de los perros del pasaje en cuestión (Lc 16, 21b)? Como comenté en el apartado anterior, aquí los perros parecen ser los perros salvajes. El lugar donde yace Lázaro “cubierto de llagas” (v. 20) es a la puerta, fuera de la casa del rico. Lázaro es el “afuera” del rico y el contexto da a entender que los perros comparten con Lázaro aquel afuera. Los perros, por tanto, componen junto a Lázaro este afuera en el que tanto los animales como el pobre son ajenos y extraños al rico.  Así y todo, estos perros salvajes, “vagabundos”, carroñeros y despreciables tienen un gesto sorprendente e inesperado, cuyo carácter disruptivo es directamente proporcional a su extrañeza.

Los perros, y más precisamente “estos” perros, son la cifra de lo otro, lo extraño, de una alteridad radical para el esquema socioreligioso judío de aquella época. Son animales que portaban, al mismo tiempo, una adherencia simbólico religiosa absolutamente negativa: su contacto habitual con restos de animales y humanos muertos los tornaba monstruosamente impuros. Si a este hábito le sumamos el de los perros de Lázaro, que lamían sus llagas supurantes y en carne viva, la escena compuesta por Lucas es de las más dignas de espanto y rechazo por parte de cualquier judío contemporáneo de la época. Eran perros tan extraños cuan despreciables y temibles. En el fragmento del Sal 22 citado arriba la jauría de perros es, incluso, figura del enemigo. Vale decir, finalmente, que el comportamiento habitual de esta clase de perros hacía esperable que atacaran al pobre Lázaro, quien yacía tirado, casi inerte, impotente y entregado a la suerte de quien sea. Ignorado por el resto de los humanos, no hubiera sido una tarea difícil para los perros salvajes reducir a su víctima -tan próxima a la muerte- para procurarse el alimento.

Sin embargo, el gesto de los perros es un gesto otro: se le acercaban pero no para comerlo sino para “lamer sus llagas”. La morfología verbal del imperfecto (iban/acercaban) remite a una acción en el pasado cuya imprecisión en relación a su inicio y fin nos sugiere cierta frecuencia o repetición. El texto no dice “fueron/acercaron”, puntualizando y delimitando una acción en el pasado; sino que señala que “iban/acercaban”. La expresión ayuda a componer una escena de compañía entre Lázaro y los perros de cierta solidaridad conviviente de alivio en el dolor. Lamer las llagas o heridas es una acción que los perros realizan para aliviar el dolor que provoca una herida o su irritación. Este hábito canino, y de muchos otros animales, está en el origen de la expresión “lamerse las heridas”, antiguo adagio popular que refiere al momento o proceso de recuperación de algún evento desgraciado, una derrota, etc. En todo caso, hace referencia a un modo de procesar el sufrimiento. 

Este gesto de los perros hacia Lázaro es aquel de la projimidad. Los perros se acercaban, iban hacia él, se aproximaban, se hacían prójimos de Lázaro para aliviar su dolor. Los perros perciben la projimidad del extraño que no está dada por la pertenencia a su misma especie sino por la condición sufriente del animal humano que yace a las puertas no sólo del hombre rico sino, antes bien, de la misma muerte. “El pobre murió” (Lc 16, 22) son, de hecho, las palabras que siguen a la escena que refiere a los perros lamiendo las llagas de Lázaro. Resulta sorprendentemente paradójico que la solidaridad y el alivio del dolor no le llegue a Lázaro por un animal humano sino por la extraña abominación de los perros, estos perros.

El mismo EvLc tiene un texto paradigmático en el que se describe el amor al prójimo: el del “buen samaritano” (Lc 10, 29-37). Se trata de una parábola que narra Jesús en un contexto de polémica con un doctor de la Ley quien de modo desafiante le pregunta a Jesús: “¿quién es mi prójimo?” (Lc 10, 29)

Hay dos puntos en común que este pasaje tiene con el amor al prójimo ejercido por los perros en Lc 16, 21. El primer punto es la absoluta extrañeza y ajenidad. En ambos casos, el paradigma del amor al prójimo que presentan no es hacia un semejante, un igual. El significado evangélico del amor al prójimo subvierte un sentido común instalado y extendido, el cual se expresa –por ejemplo- en la definición de “prójimo/a” que ofrece el diccionario de la Real Academia Española: “persona próxima, que por pertenecer al género humano debe ser objeto de caridad y solidaridad”.[14] En esta definición el fundamento del amor al prójimo es, en efecto, la semejanza, la igualdad, la condición de pertenencia al mismo género  o especie. Tanto en Lc 16 como en Lc 10 la praxis del amor al prójimo parte de la diferencia radical.

En Lc 10, el samaritano es de quien menos se esperaba un acercamiento al judío que había quedado tirado al costado del camino, medio muerto. La enemistad centenaria entre ambos pueblos (judíos y samaritanos)[15] es un motivo más que suficiente para suponer que la actitud del samaritano fuera igual a la del sacerdote y el levita que observan pero siguen de largo aun cuando aquellos eran de quienes pudiera esperarse una aproximación solidaria y compasiva. Sin embargo, la acción del samaritano rompe el libreto y realiza aquello que Jesús dice en el mismo evangelio, algunos capítulos antes: “Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio” (Lc 6, 35)[16]. El amor a los enemigos es la paradójica y “extraña” expresión evangélica del amor al prójimo: “lo que vosotros dáis al amigo, eso quiero darlo yo hasta a mi enemigo”.[17]

Si el primer punto refiere a la formalidad del movimiento del amor al prójimo en relación a la extrañeza, desemejanza y ajenidad, el segundo remite al contenido de ese amor. El mismo se expresa de modo similar o paralelo tanto en los perros como en el samaritano. Los primeros “se acercaban a lamer sus llagas” (Lc 16, 21) mientras que el segundo “se acercó y vendó sus heridas” (Lc 10, 34). Tanto los perros como el samaritano se hacen prójimos: de Lázaro y del herido al costado del camino, respectivamente.

Jon Sobrino[18] refiere al contenido de esa acción en términos de misericordia, la cual describe como reacción ante el sufrimiento ajeno interiorizado, motivada sólo por ese sufrimiento con la finalidad de erradicarlo o aliviarlo. Lejos está la misericordia bíblica de un piadoso sentimentalismo o de una mera reacción compungida lindante con la lástima. Implica un compromiso real, encarnado, descentrado, una donación comprometida con el otro motivada sólo por el no deber ser del sufrimiento ajeno, con la sola intención de erradicarlo o aliviarlo.[19] A la sentencia jesuánica del “amor a los enemigos” (Lc 6, 35) le sigue inmediatamente otra en la que afirma “sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso” (Lc 6, 36). El amor al prójimo es el amor al enemigo y el amor al enemigo es el amor misericordioso. Así procedieron tanto los perros como el samaritano.

 

Amores perros: amar al prójimo, amar como los perros

El amor al prójimo de los perros es del género del amor alterado, a lo otro, lo ajeno y extraño, con un talante paradójico, del orden de la kénosis y el don, por el cual se da lo que no se tiene. En tal sentido, el amor al prójimo vivido desde la animalidad de los perros se emparenta con el amor al prójimo del ultrahombre nietzscheano.

Es preciso mencionar, llegados a este punto, una clave de lectura del texto que es necesario recuperar: la socioeconómica. Lázaro y el hombre rico son personajes de la parábola pero, al mismo tiempo, son símbolos de una inequidad socioeconómica escandalosa. Las llagas de Lázaro no aparecieron espontáneamente sino que tienen su historia y cúanto podrían narrar si acaso hablaran. El texto está haciendo patente de modo dramático las consecuencias brutales de un sistema económico creado y organizado por los seres humanos. Un sistema que produce “lázaros”, desechos humanos. En Lc 16 quienes atienden, acompañan y se ocupan de los despojos de ese sistema son los perros. Los humanos, en la figura del rico, parecieran despreocuparse de aquello que generan, mientras que los perros son los únicos actores que en el relato tienen un gesto de compasión o misericordia con el pobre ser humano en su tránsito de fenecer.

De allí que el gesto de amor al prójimo que ejercen los perros con el pobre Lázaro deba ser comprendido en la trama de relaciones de la comunidad de los vivientes cobrando una honda dimensión política. Lázaro pareciera haber llegado hasta la puerta del acaudalado hombre buscando un último gesto de piedad que se le hizo esquivo antes de su último suspiro. Los perros, en cambio, no lo esquivaron, sino que se le acercaron para aliviar su dolor. Estos animales junto a Lázaro se nos presentan, quizás, como un ícono potente e interpelador de aquella “política (por venir) hospitalaria con los modos de vida diversos en la comunidad de los vivientes”.[20]

 

 

[1] Que también puede verse en los parágrafos 16 y 17 de Más allá del bien y del mal. Cf. F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, trad. A. Sánchez Pascual, Madrid, Alianza Editorial, 1983, pp. 37-38.

[2] F. Nietzsche, Así habló Zarathustra. Un libro para todos y para nadie, trad. A. Sánchez Pascual, Madrid, Alianza Editorial, 2003, p. 97

[3] F. Nietzsche, Así habló Zarathustra…, p. 122.

[4] Cf. F. Nietzsche, Así habló Zarathustra…, p. 104.

[5] EvLc en adelante. El número en formato superíndice indica el número del versículo.

[6] Esto se aprecia en un comentario clásico como el de C. Stuhlmueller, “Evangelio según san Lucas”, en J. Fitzmyer (dir.), Comentario Bíblico San Jerónimo. Tomo 3. Nuevo Testamento I, Ediciones Cristiandad, Madrid 1972, pp. 383-384. Aunque también en otros más contemporáneos los cuales, en relación a “los perros”, no se desvían de la perspectiva teológica clásica: H. Lona, Evangelios Sinópticos. Introducción. Exégesis. Práctica, Editorial Claretiana, Buenos Aires, 2014, p. 319; J. D. Kingsbury, Conflicto en Lucas. Jesús, autoridades, discípulos, Ediciones El Almendro, Córdoba-Madrid, 1991, p. 151; R. E. Brown, An Introduction to the New Testament, Doubleday, New York, 1997, p. 250; J. P. Meier, A Marginal Jew. Rethinking the Historical Jesus (vol. 2). Mentor, Message and Miracles, Doubleday, New York, 1994, pp. 821-832; N. T. Wright, Jesus and the Victory of God, Minneapolis, Fortress Press, 1996, pp. 256.

[7] Cf. “Animals”, en B. Metzger, M. Coogan, The Oxford Companion to the Bible, New York, Oxford University Press, 1993, pp. 29-30; “Animales”, en: X. Léon-Dufour, Vocabulario de teología bíblica, Barcelona, Herder, 1972, pp. 87-90.

[8] D. Winton Thomas, 'Kelebh "Dog": Its Origin and Some Usages of It in the Old Testament', VT 10 (1960), pp. 410-27 (417,424,427). Citado por G. D. Miller, “Attitudes toward Dogs in Ancient Israel: A Reassessment”, Journal for the Study of the Old Testament, Vol 32.4 (2008), pp. 487-500.

[9] Miller señala la necesidad de distinguir en la traducción estos tipos de perros que aparece en los textos bíblicos: los carroñeros salvajes y los pastores domesticados. Si bien el término hebreo es el mismo (kelebh) la significación es distinta. “Quizás los traductores no deberían usar “perro” para toda ocurrencia de la palabra sino que deberían usar “perro salvaje” cuando el pasaje se refiere a los fieros perros que deambulan por la ciudad. Esto distinguiría a los detestables carroñeros de los valorados colaboradores” (la traducción es nuestra): G. D. Miller, “Attitudes toward Dogs…”, p. 500.

[10] La etología nos recuerda que “la conducta de vagabundeo es parte de la actividad de los perros. Si a eso se le suma que son carroñeros, es lógico pensar que van a escarbar y comer de los tachos de basura”: P. Koscinczuk, “Domesticación, bienestar y relación entre los perros y los seres humanos”, Revista Veterinaria, vol. 28, n° 1, Corrientes, enero 2017 (on line). Disponible en http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1669-68402017000100015&lng=es&nrm=iso (fecha de consulta: 11/9/22).

[11] Otro salmista evoca la fuerza de Dios, quien les somete a sus enemigos: “Dice el Señor: los traeré de Basaán, los traeré desde los abismos del mar, para que hundas tus pies en la sangre del enemigo y la lengua de tus perros también tenga su parte” (Sal 68, 23-24)

[12] El texto reproduce lo que Dios le pide al profeta Elías que diga a Ajab, rey de Israel, cuando toma posesión de la viña de Nabot a quien había asesinado luego de urdir un plan con su esposa Jezabel.

[13] Jezabel, esposa de Ajab. El texto corresponde a una profecía que Eliseo manda decir a Jehú a través de un profeta de su comunidad al tiempo que lo unge como rey.

[14] https://www.rae.es/dpd/pr%C3%B3jima (fecha de consulta: 14/9/22).

[15] El mismo EvLc narra que al emprender Jesús el viaje a Jerusalén con sus discípulos/as envía dos mensajeros delante para conseguir alojamiento en una ciudad de Samaría, pero no los recibieron porque se dirigían a Jerusalén. Frente al hecho Santiago y Juan le dijeron a Jesús “«Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?». Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo.” (Lc 9, 54-56). El texto ilustra el desprecio mutuo que existía.

[16] El contexto más amplio de la frase de Jesús está constituido por un pasaje que representa la ruptura de la lógica de la reciprocidad o amor en espejo o por semejanza: “Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo” (Lc 6, 32-34).

[17] F. Nietzsche, Así habló Zarathustra…, p. 98.

[18] Cf. J. Sobrino, El principio misericordia. Bajar de la cruz a los pueblos crucificados, Sal Salvador (El Salvador), UCA Editores, 1999, pp. 31ss. Una referencia al modo de hacer teología de Jon Sobrino en E. Silva, “Una teología samaritana. El estilo teológico de Jon Sobrino”, en: Sociedad Argentina de Teología, Dar razón de nuestra esperanza. El anuncio del Evangelio en una sociedad plural, Buenos Aires, San Benito, 2012, pp. 291-300.

[19] Me referí a ello en E. Silva, “Misericordia política”, en Vida Pastoral 355 (2016) pp. 20-25.

[20] M. Cragnolini, “Animales y mujeres en el camino de la deconstrucción de las humanidades en el posthumanismo”, en: S. Contreras, J. Goity (coord.), Las humanidades por venir. Políticas y debates en el siglo XXI, Rosario, HyA Ediciones, 2019, p. 287.

Agosto 2023  |  Categoría: Artículo

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