TEOLOGÍA DE LOS ANIMALES
28 Premisas para pensar una teología de los animales desde la deconstrucción
Mónica B. Cragnolini
M. Gabriela Pellegrini, “Tras los pasos de Igitur 2”
Si bien se admite que es a partir del trabajo de la deconstrucción derridiana que la problemática de los animales se instaura con fuerza en la agenda filosófica y de las humanidades en general en las postrimerías del siglo XX, creo que aun no se ha pensado la posibilidad de una teología de los animales desde una perspectiva derridiana. En este sentido, y siguiendo la inspiración del pensamiento de John D. Caputo en torno a una teología desde la deconstrucción, apuntaré una serie de líneas para indagar en esa posibilidad.
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Retomando la expresión derridiana “Soy un hombre de lágrimas y plegarias” John D. Caputo ha planteado “una cierta religión”[1] en la obra de Derrida, quien, de un modo u otro, habla de Dios todo el tiempo. Para Caputo, religión es un pacto con lo imposible. La deconstrucción repite el “Ven”, el riesgo de la fe de Abraham en el Monte Moriah, la locura de un don sin retorno.
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La deconstrucción es la pasión de una fe que no remite a una religión totalizante, con verdades y dogmas, sino al “no saber”. El “no saber” es el respeto del secreto que el otro es.
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La teología que plantea Caputo parte del Fiat de la creación de un Dios que no crea ex nihilo. Dios-Elohim, en una de las versiones de la creación en el Génesis, está en “en medio de” las aguas: los elementos ya están, por ende, la creación no es el acto patriarcal de un Dios omnipotente, sino el de la vida dada por la palabra (“Hágase…).
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La creación es entonces un movimiento, el que va del espacio silente del ser “al bullicio de los seres vivos”.[2] El Talmud relata que Dios hizo varios intentos de creación[3]: eso sugiere que Dios no es omnipotente.
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La creación ex nihilo, que supone un Dios omnipotente, es una idea propia del Siglo II DC, momento en el que, según Caputo, se convierte a la teología en metafísica.
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¿Qué o quién es Dios en esta teología ateológica o en esta religión sin religión? Un nombre (sauf le nom: salvo el nombre).[4] De la religión en su sentido tradicional (dogmas, ritos) no queda nada “salvo el nombre”. Nombre de Dios que es secreto.
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Una teología tal hace caer toda torre de Babel que quiera imponer un nombre de Dios por encima de todos los otros nombres. Ninguna guerra santa. Si no existe “el nombre” no existen las luchas por el dueño del nombre verdadero, su autoridad y sus propiedades.[5]
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La deconstrucción derridiana plantea que estamos siempre “en plegaria”, ya que todo juicio o proposición emitida se hace “ante otro”, y Dios es entonces ese testigo que crea el lenguaje.
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Ese Dios que se ha considerado como omnipotente en las distintas religiones tiene que ser desvinculado de la idea de “soberanía”, aquella del padre omnisciente, omnipotente. Es necesario pensar un Dios cercano a la vulnerabilidad y la fragilidad: un “Dios débil”” al decir de Caputo, o un “Mesías impotente”, según Hamacher.[6]
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Las tres grandes religiones monoteístas (judaísmo, islamismo, cristianismo) se han vinculado con el animal, según Derrida, en una suerte de “guerra santa”. Ninguna, en líneas generales, le ha reconocido al animal más que un lugar subsidiario, siempre dominado por el existente humano. Ninguna ha planteado la muerte del animal como un crimen.
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El cuerpo que Jesús cura en el Nuevo Testamento es “carne”,[7] entendiendo por tal lo vulnerable, lo cortado, lo herido, lo flagelado, pero también, lo capaz de experimentar alegría.
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Jesús mismo se ofrece como carne sacrificada y vulnerada. La “curación” que promete es del orden de la transformación. No es del orden del poder sino de la ausencia de poder.
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En una teología del acontecimiento somos responsables por la alteridad sufriente, por la carne herida.
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Derrida, contestando a Lacan, señala que el tratar con el sufrimiento no es prerrogativa del psicoanalista: “el amor nunca tuvo necesidad de la situación analítica para hacer de las suyas”.[8]
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¿Qué mayor responsabilidad, entonces, que la responsabilidad ante la carne más sufriente en este mundo, la carne de los animales?
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Si de lo que se trata es de pensar un Dios vinculado con la vulnerabilidad y la fragilidad, es posible pensar también otro modo de ser-con los animales, ya no considerados como objetos de dominio de la soberanía del existente humano , por ende, de Dios.
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Esa soberanía del existente humano se funda en la estrecha vinculación, en el pensamiento derridiano, entre los verbos ver (voir), poder (pouvoir), saber (savoir), y tener (avoir). Estos cuatro verbos, que constituyen la raíz dela soberanía instaurada del sujeto, tienen en común, en francés, ese elemento del “ver” (voir).
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En una teología de la deconstrucción se trata, justamente, de “no ver”, no saber de antemano, no poder calcular lo que vendrá (acontecimiento).
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La ceguera, indica Caputo, es la “condición cuasi trascendental de la fe”.[9]”Los ojos han sido hechos no para ver, sino para las lágrimas (…) la pasión del no-saber-de, no-ver, no-tener” [10]
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Los animales han sido mirados, observados, espectacularizados,y contabilizados, procesados y fragmentados en función de nuestra mirada soberana. Los hemos convertido en objetos de calculabilidad, en “ganado” (“El ojo del amo engorda el ganado”), en vida disponible a la cual arrancarle su secreto.
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En una teología del acontecimiento, que se vincule con la formas de vida desde ese no querer saber, no querer poseer, no querer ser dueño de, es posible pensar una comunidad con lo viviente no apropiado ni apropiable.
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Derrida dice ser un “hombre de lágrimas y de plegarias”. La deconstrucción es la constante plegaria (promesa) ante el otro, y las lágrimas que se vierten ante el sufrimiento del otro (los ojos no están solo para ver).
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Las formas de vida no humana son las que han sido objeto constante de la posesión, el aniquilamiento, el usufructo, la negligencia cruel (Nietzsche) por parte de los existentes humanos.
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Es hora de pedir perdón a las otras formas de vida. Pensar en no poseer a los animales supone transitar de la soberanía incondicional a una incondicionalidad sin soberanía, a una hospitalidad (con el) animal.
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Si el reino no es el del dios soberano, si la alteridad es la ausencia de poder, los llamados al reino son los vulnerables, los heridos, los diferentes, los maltratados de la historia: mujeres, niños y animales.
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Una teología deconstructiva del acontecimiento implica una comunidad (al modo de Nancy) del tocar sin tocar, una comunidad del respeto al otro en tanto otro.
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Un Dios débil es el que puede ser pensado en la trama de un mundo que no está bajo su poder soberano, ni tampoco bajo el poder soberano del existente humano.
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Comunidades (de los) vivientes en las que a ese bullicio de la vida del Fiat de la creación se le reafirme con el “sí, sí” dicho al otro.
[1] John D. Caputo, The prayers and tears of Jacques Derrida: Religion without religion, Bloomington, Indianapolis, Indiana University Press, 1997, XVIII.
[2] John D. Caputo, La debilidad de Dios. Para una teología del acontecimiento, trad. R. Zegarra, Buenos Aires, Prometeo, 2014, p. 175
[3] Bereshit Rabá 9, 2.
[4] “Salvo el nombre” es el título de un texto de Jacques Derrida, Sauf le nom, Paris, Galilée, trad. Salvo el nombre, trad. H. Pons, Madrid, Amorrortu, 2011.
[5] John D. Caputo, La debilidad de Dios, ed. cit., p 55.
[6] Werner Hamacher, “Ou, séance, touche de Nancy, ici”, en F. Guibal y J.C. Martin (dirs), Sens en tous sens. Autour des travaux de Jean-Luc Nancy, Paris, Galilée, 2004, pp. 119-142.
[7] John D. Caputo, La debilidad de Dios, ed. cit., p. 289.
[8] Derrida, “Por amor a Lacan”, Colegio Internacional de Filosofía (comp), Lacan con los filósofos, trad. Cazenave-Tapie, México, FCE, 1997.
[9] John D. Caputo, The prayers and tears of Jacques Derrida, ed. cit., p. 312.
[10] Jon D. Caputo, ibídem, p. 325
Agosto 2023 | Categoría: Artículo